jueves, 12 de marzo de 2009

GUIA EL HOMBRE Y EL MISTERIO PRIMER BIMESTRE 2009

EI hombre y el misterio

1. EI misterio y los rituales

En nuestras relaciones personales, procuramos guardar las formas, mantenemos ciertas actitudes, comportamientos, palabras, gestos, ves­timenta, etc.
Es lo que conocemos como normas de educación. Esas reglas se cum­plen para agradar a los demás y no molestarles.
Así sucede en acontecimientos colectivos, como un partido de fútbol, un desfile de carnaval o un concierto.
En cada caso se espera que cada uno de los presentes, bien sean participantes, autoridades o público, se comporte de una determinada manera.
De forma semejante, los seres humanos se relacionan con lo misterio­so o lo divino con ciertos comportamientos, gestos y actos. Son lo que en el ámbito religioso se denominan rituales.
El objetivo de los rituales es encontrar un confidente, alguien que le es­cuche y que le sirva de consuelo. Por eso, con frecuencia el hombre con­fía y deposita su esperanza en el poder de esos seres superiores.
Cuando la vida diaria está salpicada por rituales y orientada a lo divino, se dice que tal tipo de vida está marcada por lo religioso.

2. La esperanza y la promesa

Cuando confiamos un secreto a un amigo o le hacemos partícipe de los problemas que nos preocupan, lo hacemos porque sabemos que nos escucha, nos comprende, se solidariza con nosotros y nos ayuda.
El amigo contará desde entonces con nuestro agradecimiento y nues­tro afecto. Así se establece un lazo firme entre ambos.
Pero cuando el problema que nos angustia supera la capacidad huma­na para resolverlo, algunas personas recurren a poderes superiores. Y dirigen a ellos su petición de ayuda esperando una solución.

Es lo que hacen ante el caso de una grave enfermedad o cualquier otra situación desesperada en la que los humanos nada pueden hacer.
El hombre, como contrapartida a lo que pide a ese ser superior, se com­promete a actuar de una determinada manera: trata de establecer con él una «relación de compromiso».
Ese compromiso propiamente significa que se ha hecho una promesa; y que consecuentemente se ha adquirido una obligación. Y no se trata de una obligación simple con un igual sino con un ser superior, con lo que la obligación de cumplirla se hace más firme.
Así se va tejiendo la vida religiosa. Esos gestos de petición, esperanza y promesa, de amor y de temor son lo que forman la llamada experien­cia religiosa. Todo ello se hace más visible en los momentos difíciles.

3. EI misterio y el compromiso
A lo misterioso se le suele llamar divino; y se presenta ante el hombre como algo oculto y secreto.
Ese algo oculto puede manifestarse al hombre solo con una condición: que este le muestre su sometimiento.
Este compromiso le obliga a aceptar la separación entre él y lo divino. En un lado quedará el mundo de lo humano; y, en el otro, el mundo de lo misterioso y divino.
Lo humano es visible y manejable, se puede conocer y cambiar. Por ejemplo, cambiamos el peinado, el vestido, el coche, los libros, afi­ciones, la profesión, los gustos musicales...
Es lo que forma parte de nuestra vida cotidiana. El hombre sabe cómo actuar de forma natural.
Pero lo divino es invisible, extraño y superior y no sabe qué rituales em­plear para acercarse. No puede verlo ni oírlo; e incluso sospecha que tiene poderes destructivos.
Por ese motivo, el ser humano que acepta la existencia de esa divini­dad Intenta un diálogo. Cree y confía en ella. Si se comporta como los dioses quieren, no debe temer nada, está a salvo. Este comportamien­to es un compromiso personal.
4. Los dioses siguen ocultos
Los hombres, como hemos visto, parecen dispuestos a establecer un pacto con los dioses, pero estos se ocultan. Los dioses están ocultos porque pertenecen al mundo del misterio. La inteligencia del ser hu­mano sería incapaz de comprender su naturaleza.
El hombre se los debe imaginar a la vista de las señales con las que se manifiestan. Solo puede aspirar a interpretar esas señales y tratar de representarlos en algún tipo de figura u objeto. Por ello, determinados objetos se convierten en símbolos de la divinidad.
A estos símbolos les atribuyen la misma fuerza que el dios al que re­presentan: los ocho brazos de la diosa Kali, que simbolizan su inmen­so poder de creación y destrucción; el rayo de Zeus, que representa su suprema autoridad; las dos caras del dios Jano, una mira hacia atrás -al pasado- y otra adelante -el presente-; las alas del dios Mercurio, el mensajero veloz de los dioses; las trompetas, que representan a la diosa Fortuna; la balanza de la Justicia, etc.

5. EI momento de la muerte

El hombre primitivo observaba el cuerpo muerto de un miembro del gru­po y comprobaba que no se movía. Aquello que le había permitido mo­verse y realizar actividades había desaparecido. Pensaron que se había ido a otra parte donde no era visible; es decir, se había marchado al lugar en que vivían las divinidades.
Para evitar que aquello que se había separado del cuerpo se volviera contra los demás, intentaban dar un tratamiento adecuado al cadáver.
También recogían los cuerpos de los muertos y los devolvían a la ma­dre Tierra para evitar cualquier tipo de males.




El hombre primitivo sabía que también moriría, tenía conciencia de lo que suponía morir. Y ante esa situación necesitaba todas las ayudas posibles. Durante su vida podía rectificar sus errores, pero ante la muer­te no cabía rectificación. Debía ponerse en mano de los dioses.

Actividades
Explica para qué cumplimos las re­glas de educación.
¿Cuál es el objetivo de los rituales?
Justifica por qué confiamos un secre­to a un amigo o le hacemos partícipe de los problemas que nos preocupan.
Describe cómo se fue tejiendo la vida religiosa entre los primeros seres hu­manos.
Explica el comportamiento del hom­bre ante lo divino o lo humano.
¿En las antiguas religiones por qué se ocultan los dioses?
Aquello que había permitido al cuerpo vivo moverse y realizar actividades ha­bía desaparecido al llegarle la muer­te. Según los primeros seres huma­nos, ¿adonde se había ido?